Primavera

Debajo del gélido manto de la nieve la tierra palpita, un hormigueo incandescente, que surge imparable rugiendo con una infinita fuerza.

Eres tú primavera llamando lentamente a la puerta, con tu fogosidad impertérrita derrites el frío, despiertas la sal de las venas que de nuevo empiezan a notar la intensa vida correr.

Sube la hierba invadiendo el corazón con amapolas de ese intenso rojo vivo y fresco que encienden luces apagadas de las cuevas y laberintos de la cabeza.

Las raíces de los árboles se empiezan de nuevo a alimentar y los brotes verdes despuntan libres, vivos y tan tiernos que el júbilo alegre de la dicha de vivir por un instante todo lo llena.

El magma de rocas internas acelera su paso para abrir caminos hacía el exterior y canoas ardientes suben y suben por todos los sitios.

Tartamudeas en este sentir que abre tus brazos hacia la cumbre de la montaña.

Sueños elevándose certeros por las lianas de tu conciencia.

Explorando

En el epicentro de donde salen todas las formas que van y vienen se entremezclan tus más consabidos sueños que como pompas de jabón aparecen.

Si esperas unos segundos explotan ante tus propias narices y se descubren bellas posibilidades, desde ser una lenta tortuga que lleva un tesoro hasta poder volar al otro confín del mundo sin red.

Un universo ante ti para explorar con las lianas que cruzan tu selva y como es la tuya aunque no lo creas siempre tienes la fuerza suficiente para pasar de unas a otras.

Importante danzar entre las flores y la maleza descubriendo el pálpito al pisar la tierra y sentir las raíces que te ponen de pie.

Latidos

Revueltas por los bancos de pensamientos, pero el corazón firme no se deja ganar el tiento.

Hiedras recorriendo fangos y humedales en la selva y el machete al viento no se deja ensortijar por sus banales cantos de sirenas zafias.

Tú eres un verso del universo con latidos únicos, con todos los bosquejos de tu caminar incierto.

Hace un rato que te tocó un halo, un noseque, un presentimiento y había una espada engarzada en el musgo que esperaba una mano y tú la sacas sin esfuerzo.

De pronto tú sanas de tus idas y venidas por las murallas del castillo impuesto.

Lanzas lo malo y lo troceas en diminutas cuentas que se pierden en este sueño de la vida.